Usted comienza su viaje
a lo largo del viejo río Rin
temprano en la mañana,
esto no tiene inconvenientes,
la noche anterior,
cordialmente ha sido usted
invitado a bordo.
La nave y su tripulación,
desde ese momento,
han estado a su disposición.
Ahora dejamos Estrasburgo,
sede del Consejo de Europa,
con su Catedral mundialmente
famosa, con su pintoresca
parte antigua conocida
como “la petite France.”
Navegamos por varias horas
junto a la orilla de Alsacia.
La Selva Negra
comienza ya a brotar.
Continuamos hacia Mannheim,
donde el Neckar se une
al Rin, teniendo a la vista
el Palacio Electoral.
Aquí desembarcamos
para una excursión a Heidelberg
o Worms. Allí tendremos
tiempo de sobra
para ir de compras,
hasta volvernos a embarcar.
Lo hemos pasado muy bien,
y ahora que hemos partido
de Worms, aparece
a nuestra izquierda
el pueblo de Mainz.
Muchas coplas cantadas
en torno a una copa
de vino local. Assmannshausen
pronto está a la vista,
nuestro puerto para pernoctar.
Hemos dejado atrás
el precioso pueblecito,
con su fogoso vino,
para arrimarnos al navío.
Luego del desayuno
junto al río, de nuevo
estamos en camino. Sentados
en la cubierta escuchamos,
ya que nuestro guía nos prepara
para lo que está por aparecer.
Aquí estamos por fin
en la magnífica garganta
del Rin, con su célebre
lumbrera Lorelei.
La vista es fantástica,
cada curva nos brinda
una sorprendente novedad.
Acantilados y cerros,
unos tras otros,
incontables castillos en la cima.
La noche nos pilla
en esta ciudad industrial.
Hoy, en las tierras bajas,
completaremos nuestro tour
de Europa del Norte. Pasado
el trámite de aduanas, el crucero
sigue por los campos de Holanda,
y a Amsterdam llegamos,
unos buses nos esperan
para llevarnos al hotel.
Por encima de las nubes
contemplamos a la “Dama
de España,” encantadora, misteriosa,
aunque accesible. Nuestro avión
ha tocado tierra
en el corazón mismo de Iberia;
desembarcamos, ávidos
de explorar las estrechas calles
y las plazas en miniatura
del barrio antiguo.
Es la tarde. Nos hemos
saltado Toledo, queremos
en cambio divertirnos.
Después de vagar por el Rastro
y por las boutiques chic
de la Avenida José Antonio,
nos demoramos en un antiguo mesón
empinando un jerez dorado.
Es la hora de la siesta.
Para la fiesta todavía falta.
Ni por nada queremos
perdernos la plaza fuerte
de la España Mora, que perdura
como símbolo del romance.
Ni el misterio y la belleza
del Palacio de Alhambra, joya
blasón de la ciudad. Visitamos
también otras joyitas, la capilla
Gótica y la catedral Renacentista,
rellenas de capullos en flor.
Con tristeza dejamos atrás
esta aldea a orillas del mar,
al pie de la Sierra Blanca.
Le decimos adiós
a Andalucía, solazándonos
en un radiante Café,
parloteando mientras sorbemos
unas frías sangrías. Nos hemos
acercado a Algeciras,
pasándola de largo.
Un largo viaje hemos emprendido,
y una vez más
nos vemos embarcando.
Será en esta ocasión
la aventura de toda una vida,
muy lejos viajaremos
a descubrir el Este,
sus hermosas gentes
empapadas en siglos
de exóticas tradiciones.